viernes, 24 de julio de 2009

Peripecias de un sedentario en la West Highland Way (I)

Como ya os había contado, fui sutilmente engañado, presionado y amenazado con el vilipendio público para acometer lo que, hasta hoy, ha sido la mayor aventura de mi vida en lo que a terminos literales se refiere. Y digo en la literalidad porque cada día en la Universidad con algún personajillo que otro es una aventura ;)

El caso es que salíamos hacia la aventura un Miércoles a las 20.00, con la inquietante perspectiva de tener que pasar la noche en el aeropuerto de London Luton para luego enlazar, a primera hora, con un vuelo que nos dejaría en Glasgow. Lo que hacen los presupuestos limitados, señor.

¡Qué mejor que un trago para ayudar a dormir!

A pesar de un servicio de megafonía que funcionaba a horas intempestivas y a pesar de las luces del aeropuerto, conseguimos, merced a la ayudilla externa que nos permitimos en el vuelo anterior, echar una cabezada.

Tras tan placentero descanso, fuimos victimas de la puntualidad británica. Esperando que nuestra puerta de embarque fuese anunciada por las numerosos monitores de información, hubo un apagón general en todas las pantallas de la terminal. El resultado, previsible. Caos absoluto y dos horas de retraso. Macanudo. Resulta que estos giris no necesitan una nevada para paralizar un aeropuerto.

Al fin, tras el imprevisto, llegamos a Milngavie, un barrio perteneciente a los extrarradios de Glasgow, donde un pequeño obelisco marca el inicio oficial de la West Highland Way.

Que pronto desaparecerían esas sonrisas

Y entonces, iniciamos el sendero. 8 días de caminata por delante con el objetivo de enfrentarnos a algunos de los más bellos paisajes que puede ofrecernos el norte de Europa. Veremos si merecieron la pena. ¡Hasta mañana!

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